miércoles, 20 de febrero de 2019

HÁBITAT DEL CERRATO (PARTE IV)

Decimos "hábitat" al lugar donde encuentra acomodo una comunidad o una especie, y los factores físicos y geográficos que inciden en su desarrollo.


En el Cerrato castellano, la vivienda rural tradicional es un instrumento del sistema de cultivo. Constituye no sólo una "casa" en el sentido habitual del término, es también uno de los instrumentos de trabajo del agricultor que sirve de habitación, de almacén para las cosechas y las herramientas, de alojamiento del ganado y de taller. 
La vivienda rural es un reflejo del medio físico y de la civilización. Su situación, emplazamiento, materiales utilizados, forma y distribución nos hablan de costumbres, tradiciones e influencias múltiples que se heredan en el tiempo. Es una respuesta inmediata y directa a las necesidades y posibilidades de quienes van a usarla y por ello, es totalmente funcional. 

MATERIALES DE CONSTRUCCIÓN


Hasta épocas recientes la construcción de viviendas, especialmente en las zonas rurales, dependía de los materiales vinculados al territorio, lo que proporcionaba una homogeneidad a la obra hecha. La arquitectura tradicional del Cerrato se basa en el barro, la madera y la piedra, pero los tiempos, con sus nuevas técnicas y comunicaciones han incidido de tal manera en el hábitat rural, que se ha ido perdiendo el uso  de los materiales tradicionales, técnica e identidad constructiva.

EL BARRO

Es la materia prima de estas tierras, habiéndose usado en su variante de abobe o tapial, desde mucho antes de nuestra Era. Será con la romanización, cuando este tipo de construcciones alcancen su mayor apogeo, subsistiendo hasta nuestros días.


El tapial 

El uso del tapial se estima anterior al del adobe, ya que su fabricación es más sencilla. La arcilla es la materia prima; la tierra se dispone en pequeños montones y se deja cierto tiempo a la intemperie para que esponje y pierda la materia orgánica. Luego se mezcla con  cal, cascajo o grava y en ocasiones, algo de arena si se quiere una mayor consistencia; se amasa con agua (no superior al 12% en peso a la arcilla empleada) y se vierte en moldes de madera y procediendo a su apisonado y la ayuda de un ligero regado. Los cuerpos rectangulares formados reciben el nombre de tamales; el tapial se levanta con sucesivas hiladas de tamales. Una vez completado el muro, se enluce (con lechada de cal y mortero de cal y arena fina),  se refuerzan las aristas (con mampostería o fábrica de ladrillo) y tratándose de un muro, se remata con tejas o ramaje para evitar su desmoronamiento.


El adobe

Para la elaboración del abobe, los barros más propicios son aquellos cuyo porcentaje de arcilla no llegue al 20% y la proporción de arena no sea superior al 45%. En este caso, la tierra se criba y mezcla con paja para facilitar su trabazón y consistencia, formando una balsa. Luego se riega con agua, se mezcla con los pies y se vierte en un molde comprimiendo y enrasando con un listón y dejando secar al sol. En el Cerrato, el molde del adobe recibe el nombre de macal, y menos común, gradilla o adobera.
Con este material y poco más, se construían las casas, cuyo coste era reducido porque en muchos casos, la mano de obra era una cuestión del ámbito familiar.
La puesta en obra de los adobes se hacía sobre un zócalo de piedra y de remate al muro para facilitar su impermeabilidad, se procedía con llana al "trullado" (revocar con barro mezclado con paja).

Los calares o caleros


Se llama la "calar" al lugar donde se extraía la cal o también donde se hacía el horno para prepararla. La cal forma una parte importante de los componentes de la arquitectura del barro, bien sea como parte integrante del mortero o como medio de encalar fachadas e interiores. La piedra caliza no falta en nuestros páramos y montes, de ahí que se haya utilizado profusamente. Para su obtención se disponía de un horno o nicho subterráneo de unos 4 por 3 metros de diámetro, hecho con piedras gruesas. El recinto se llenaba con piedras de pequeño tamaño, colocadas por personas expertas. Luego se calentaba el horno (con encina, estepa, retama...) durante unas cincuenta horas y las piedras se convertían en cal, lista para ser usada.

LA MADERA

La temprana roturación de las tierras del Cerrato para dedicarlas al cultivo, convirtió la comarca en un inmenso territorio desforestado, donde la poca abundancia de maderas, no sólo para construir sino para consumir en el horno donde cocer los ladrillos, obligó a utilizar el barro. Hubo que esperar a coyunturas económicas favorables para la utilización generaliza del ladrillo como material constructivo; a comienzos del siglo XIX, el ladrillo tiene su apogeo y la utilización de la  madera quedaba limitada a lo estrictamente necesario, constituyendo el esqueleto básico de las edificaciones, en alguna de las cuales sale al exterior, reflejándose en las fachadas y dando nombre a la "casa de entramado". 


La madera, principalmente robre y haya, se empleaba para las grandes vigas traveseras (algunas sobrepasaban los 15 metros de longitud y el medio de grosor) y pies derechos de porticados; para el resto de usos, maderas menos duras como el chopo y el pino negrillo que podemos ver en la actualidad como palancas de piedras de lagar. Nadie discutía la imaginación y maestría de los artesanos de la madera y sus trabajos de ebanistería, que junto a los forjados en hierro (ventanales, balcones, cerrojos, llamadores, campaniles...) lucen en casas, iglesias o edificios civiles. 


LA PIEDRA

No es la comarca del Cerrato un área en la que predominen los materiales pétreos; cuando estos existen se reducen a la piedra caliza de los páramos, deleznable (se rompe, se disgrega o se deshace fácilmente) y porosa, de irregular y pequeño tamaño, no siempre apta para la edificación. Es por ello que se utiliza en su forma más simple, como es la mampostería, en la que únicamente se requiere el apilamiento de forma homogénea y con cierta maestría de las piedras meramente desbastadas, para ir componiendo los muros del edificio.


En los buenos edificios, se utiliza la piedra de sillería. En los pueblos cerrateños es típica la alternancia de la piedra con el barro y el ladrillo. Su máxima presencia se reduce a los edificios religiosos (iglesias y monasterios), defensivos (fortalezas y amurallamientos), nobles (antiguos palacetes y palacios), seminobles y señoriales (casonas y casas solariegas). De la piedra de sillería, disponían el monarca, la iglesia y los nobles; sillarejo y mampostería, para edificios particulares y las simples piedras, amontonadas y ordenadas, servían para formar los chozos y las tenadas.



 En el próximo capitulo: la arquitectura popular.


Bibliografía: Del Trabajo realizado por Miguel A. Becerril e Ignacio A. Bregel y
              Proyecto: "VIAJES Y RUTAS DE ESTUDIO A TRAVÉS
                                 DE GEOGRAFÍA E HISTORIA PALENTINAS"

Fotografía a color: Montse Blanco @monblanfer
        



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